jueves, 15 de enero de 2009

Algo momentáneo.


El perder y valorar lo perdido después de tiempo fueron las causas de su insatisfacción de aquel jueves a la tarde. Acostada en su cama, contando la cantidad de estrellas que tenía pegadas en su techo, pensaba en la inconstancia de las cosas. Cosas que se construyen, se gestan en períodos continuamente discontinuos. Analizaba, además, a la sucesión del tiempo, su presente, y dependientemente su pasado. Y en verdad… ¡Todo gracias a él! Tiempo que se fue y que queda, que murió y revive permanentemente. Subjetividades volaban a cada parpadeo, a cada latido, a cada estrella.
Frases pensadas y jamás logradas. Otras jamás dichas. Un “Te extraño” que ahora era “extraño Te” (a la última palabra podría agregársele un acento, por qué no). Terminó de contar estrellas y el arrepentimiento acabó por ser simplemente momentáneo, como la mayoría de las alegrías y las verdaderas tristezas y enojos. Entonces tomó todo su pelo y lo colocó sobre uno de sus hombros, se dio media vuelta y quedó frente al piso, apoyando su cuello en la almohada. Fijó su vista y la concentró en una sola baldosa y con su dedo índice sobre ella, dibujó espirales de adentro hacia fuera, de afuera hacia adentro, y cerró los ojos, pero no detuvo el movimiento de su mano. Y los recordó nuevamente; imágenes corrieron en su mente a toda velocidad, como la filmación de una autopista oscura en cámara más que rápida.
Abrió los ojos de inmediato, detuvo su dedo. Ahora lo colocó sobre el centro de la baldosa “espiraleada” y lo picó de modo reiterado durante varios segundos, en los que pensó en árboles, en puentes, en abrazos, en películas, en avenidas, en dibujos, en bailes, en alegorías, en abuelos, en perros, en gatos, en fiambres. Y no pestañó ni una vez por otros varios segundos más, hasta que sus ojos se hicieron vidriosos, pero no lo suficiente como para construir otra cosa, otra lágrima. Comúnmente al aire se le añaden cosas feas o cosas demasiado, demasiado lindas para que te piquen al límite del llanto.
En fin pestañó por lo que antes no, sacudió su cabeza, y liberó su pelo nuevamente. Se levantó de la cama y se sentó junto a la almohada, y fijó su mirada al horizonte (creo que eso quiere decir algo así como “una mirada perdida”). Y pensó en llamarlos, pero sabía que los seguía teniendo. Podía hablar y tocarlos cuando decidiese marcar un número o caminar a destino. Por eso lo postergó. Error. Nos encanta errar. Puedo ser una especie de narradora omnisciente, que seguramente es lo primero que vendría a la mente, pero también puede relatar de modo detectivesco, siempre afirman en casos hipotéticos, sería mejor a modo de interrogación, pero no, se creen demasiado certeros. También puedo ser la misma de la baldosa, de las estrellas. O el deseo mismo de ella de escribir un algo. Puedo ser muchas otras cosas, que las pienso pero se van muy rápido, o tal vez quieran quedarse pero las evado simplemente para seguir escribiendo un poco más. Constante negación de la iniciativa humana. Deseo de iniciativa que nos gusta conservarla como tal, deseo. La palabra nunca incluyó un verdadero querer.

Se levantó de la cama, fue hasta el comedor. Prendió la televisión. Se desplomó en el sillón que se colocaba frente a él. Con el control remoto en su mano izquierda y el sonido de fondo de una película alemana, miró hacia la ventana. Observó la soledad del sol muriendo.
Lloró por ambos.

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