sábado, 6 de diciembre de 2008

El día anterior


Ayer entendiste que el sol no se tapa con las manos, porque es largo, inmensamente largo, más que los océanos y todas las distancias juntas. Me miraste y con solo algunas palabras me diste a entender que pensamos lo mismo cuando caminamos por la calle, que recordamos casi lo mismo antes de conciliar el sueño. Ambos entendimos que la ambigüedad y la multiplicidad, de lo nuestro, de aquello, se alía con la subjetividad, la mía, la tuya, no lo se. Lo que si sabemos es que hay cosas que se juntan, se buscan, complementan, como cuando jugás con la marca de agua que dejó ese vaso frío, unís todas las puntas y el líquido queda uniforme, como si fuese un charco, y después chapoteas el dedo índice en su centro, lo hacés rebotar unas cuantas veces hasta que lo ves tan aburrido que decidís hacer con él una estrella, de su diámetro dibujás chispas, y después, tan sólo un poco después, volvés a colocar el vaso encima de todo eso.
Y todo esto es porque ayer… Yo se, entiendo que supiste convertirte en alegorías, en metáforas, en puentes, en sueños. Me entendiste cuando el sol acortaba su largo detrás de las calles. Se iba muriendo. Lo entendimos tan bien que se sucedieron dos fines inmensamente largos. Así es el sol, muere todos los días tras la ciudad, y nosotros parados, inmutables, de la mano para hacerlo mejor, entendimos algo que no nos terminó de parecer, hasta hoy. Sería bueno que lo repitiéramos, pero no es posible.
Y todo esto es porque ayer… La luz se acortó debajo de nuestros pies.

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