miércoles, 9 de abril de 2008

El oficio de un verdadero caminante


Hombre alto, delgado, común, relativamente, bastante, muy poco... Caminaba por Avenida Alcorta ( cicatriz). Con pasos desganados y mirada desinteresada iba desmenuzando en su cabeza lo que tras sus pies hallaba. Era como una pintura, pero que tras su persona difuminaba los colores como si estuviesen pintados con el mejor de los óleos. Una actividad rutinaria la suya, eso pensaba... Sorpresivamente se topó con un charco de agua sucia junto a su pie izquierdo, la cual ensució el dobladillo de su pantalón gris y salpicó parte de su negra e inmensa mochila. Con la mayor de las broncas miró fijamente el agua acumulada y se vió en ella, seguramente para reconocerse (algo típico de esta clase de caminantes ignorantes), para su sorpresa o para su tristeza vio en su cara signos de resignación, vejez mal llevada, melancolías y otras infinidades de sentimientos y sensaciones poco gratificantes. Arribó nuevamente su cabeza, tratando de evadir y a la vez olvidar , tratando nuevamente de evadirse y a la vez olvidarse, pero a los dos pasos retrocedió y volvió al charco. El agua que allí se amontonaba por alguna razón desconocida para él (pero sólo para él), ascendió a una altura no muy lejos de su cabeza, sólo a unos diez o veinte centímetros más y comenzó a danzar formando un círculo hermosamente vistoso. El hombre procedió a desbertirse quedando sólo en ropa interior, luego abrió la mochila y de allí sacó dos enormes alas blancas, se las colocó por la espalda y despegó sus pies del piso. Pasó a través del círculo y ascendió muy muy alto, hasta más allá de las nubes, donde ningún otro hombre de su aspecto logró llegar jamás, a un lugar muy lejano que ni siquiera esas estrafalarias formas blancas han podido conquistar hasta hoy, ni siquiera las estrellas que posen un poder extraño y atrapante a la vista del hombre, ni tampoco el sol que irradia una luz inmensa que tiene el poder de dejar estupefacta hasta el alma más triste, con el mayor desamor y el mayor resentimiento que pueda haber en el mundo de la verdadera y única pobreza existente. Pero lo más importante de todo, logró convertirse en un verdadero caminante porteño.

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