lunes, 22 de junio de 2009

La cuidad se transparentó

La cuidad se transparentó. Toda, todo, menos las ventanillas de los trenes. En ellos se veía reflejada una cuidad que no era, algo que fue, pedazos urbanos que transformados se materializaban en todo eso. Reflejo que mostraba otra cuidad, como sucede con nosotros, tenemos otras personas iguales a nosotros ahí, eso somos y no somos a la vez. Una invención humana que acabó por inventarnos. Y ahora, las puertas se abren solas, en una cuidad casi enmudecida de sonidos. Gris de carteles publicitarios y edificios de sombras, la población parecería más grande. Reapareció esa gente que vivía tras los hoteles, los que dormían en la “M” de Mc. Donalds y el arriba o abajo de la General Paz, y quién sabe en cuántos lugares más, si se escondían evidentemente muy bien. Tuvo que transparentarse todo para vernos bien a la cara, sin embargo, las ventanillas… Quedaron ellas para seguir viendo la paridad humana, la otra cuidad. Y las lagunas nos mienten, hasta el mismísimo Río de la Plata. Los espejos son paredes cuyo armazón nos muestra lo de atrás y lo de atrás y lo de atrás. Se forman caminos y senderos interminables y se reflejan, y se reflejan. La luna nos engaña desde ahí arriba, y ahora pareciera que el cielo es menos lejano, que las nubes se mezclan con las sendas peatonales, y el Obelisco, tan criticado, parecería de hielo, haciendo geométricos los celestes y destellos del cielo, en cuatro caras rectangulares. Y nos paramos frente a ellas y nos miramos, pero nos mienten. Las ventanillas parecieran mostrarnos como somos, como quedamos luego de tanta transparencia. ¿Dónde quedaron los aires de tango grises que se mezclaron con los sueños arrabaleros? No nos digan que es un sueño que jamás comenzó, o que simplemente es uno complejamente real, irreal. Las hojas de los árboles intentan cubrirnos del sol, y apañarnos en el otoño, parece invierno. Colores han quedado pocos. La gente sale a la calle, se han encontrado con personas que no veían hace tiempo. El amor prohibido ha fracasado para siempre, las escondidas se han muerto para siempre. Pero la verdad no es sinónimo de transparencia, no nos han despojado de la ropa, seguimos vestidos. Es la cuidad. La cuidad nos ha hecho cuidad y sus vestigios nos han dejado urbanos de todo. Desde las estaciones de subte miramos a la gente caminar, correr y seguir corriendo. Imposible escapar. Y como la lluvia ansiada en época de sequía, un balde multicolor se abalanzó sobre nosotros, resbalaron arco iris, descendieron a toda velocidad por las lomadas y los pasillos de San Telmo, llegaron hasta los limites nacionales, y nos han dejado negros, y blancos, y azules también. Tiñeron todo, absolutamente, el amor oculto ha resurgido y se esconde en los rojos más incandescentes, las escondidas son múltiples. Pero nos han transformado nuevamente, otra cuidad, las ventanillas son opacas, no hay reflejo, los lagos nos siguen mintiendo.
Sentados frente al movimiento del agua, no logramos descifrar el color del Río de la Plata.

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