viernes, 7 de agosto de 2009

Los ocasos de la autopista


Se esconden. Nos tocan el hombro y corren desvaríos por las lomadas de la autopista. Se ríen de nosotros y se sientan en nuestras cabezas mientras actuamos su inexistencia. Y si estuvieras acá pesarían un poco menos, serían un poco menos… Empezaría por dejar de buscarles forma y capacidades humanas. Y te fuiste, y ahora los perros son menos amigos, los gatos más perversos y egoístas, las avenidas porteñas menos enigmáticas. La noche más muerta. Y el sol, menos vivo en sus horas.

Ellos siguen corriendo por la autopista, molestan a los peatones y se sientan de vez en cuando en el parabrisas de los camioneros, y cuando te ven saltan furiosos sujetándose a tus rodillas. Creo que pueden ser rojos, anaranjados, y se destiñen en el negro. Son diariamente distintos. Y cuando las grises nubes, cual tropas estadounidenses marchan en líneas rectas para matar al sol, se multiplican y al son del choque entre nubes te persiguen. La soledad deja de ser el refugio y corremos a buscarte. Pero te fuiste, te fuiste con ese sol del mediodía. Te escondiste para siempre en el minuto sin sombras...Todavía queda el de la mañana, más tenue, más bajo, más joven, reposando en los persistentes hombros de Elena que mira siempre hacia el oeste.

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